Breve nota personal
Escribo esta nota desde la Ciudad de México, a 9 años de vivir aquí, tratando de salir avante de la infodemia diaria, refugiándome en recuerdos de Tepic, lugar que para mí fue mi patria antes que México. Yo veía este lugar, cuando era niño, como todo lo que había en el mundo. ¿Qué menor se pone a pensar si habrá otra ciudad, otro estado y otro lugar para ir? Al pasar a quinto año me dieron los libros de texto gratuitos en la Escuela Primaria Vicente Guerrero, en la Peñita — pero no la de Jaltemba—, como bromeaban los taxistas cuando mi mamá nos trepaba a los taxis. En la primera semana que iniciaba el ciclo escolar, con los libros nuevos, con su olor a nuevo, con el uniforme y todo nuevo, cuando se podía, claro.
Mi hermano Alain y yo siempre juntos, aunque no lo recuerdo perfectamente y eso lo explico porque él y yo éramos prácticamente la misma persona, unidos todo el tiempo. Dulces son los frutos de la adversidad, —decía William Shakespeare—, ‘’que, como el sapo feo y venenoso, lleva todavía una joya preciosa en su cabeza’’. Bastaba ver regresar a mi mamá de San Blas los sábados que se iba a vender luego de un largo día, para irme dando cuenta de lo que alguien que ama como le enseñaron, podía ser capaz de hacer para que sus crías estuvieran bien. Aguantar el jejenal, y con ello el camino, las curvas, los calores; admirable, injusto y admirable.
Me doy cuenta que cada quien guarda sus memorias para el
tiempo que le queda de vida y eso es bueno. Yo, por ejemplo, cuando me encuentro
en la adversidad, intento pensar en lo que era antes de que todo esto
existiera, y con esto me refiero a los algoritmos, al scroll infinito,
al macabro silencio de las preferencias de las cookies.
Definitivamente, recordar es volver a recuperar el poder, es todo.


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